En el islam, la ciencia y la fe han ido a menudo de la mano.
La pasión por el progreso y los descubrimientos científicos se inspira en el principio coránico de que la búsqueda del conocimiento es un deber para todo ser humano.
Este espíritu también fue fomentado por el Profeta Muhammad, quien abogó por la búsqueda del aprendizaje e inspiró dichos como: «Busca el conocimiento desde la cuna hasta la tumba».
El propio ritual del culto islámico impulsó el desarrollo científico, específicamente la necesidad de encontrar la dirección exacta para la oración así como los tiempos precisos para los rezos. Los astrónomos musulmanes medievales crearon grandes observatorios y desarrollaron dispositivos muy sofisticados, tales como el astrolabio, que medía con precisión el tiempo, identificaba las estrellas y los planetas y se utilizaba en la navegación.
La ciencia y la cultura florecieron bajo dominio musulmán durante siglos, en un periodo conocido como la Edad de Oro del islam. Se desarrolló en Damasco, El Cairo, Córdoba y en Bagdad, donde se creó un gran centro de aprendizaje y ciencia llamado la «Casa de la Sabiduría».
Fue ahí donde sobrevivieron, gracias al Movimiento de Traducción, miles de antiguas obras griegas e indias de Aristóteles, Platón, Hipócrates, Ptolomeo, Galeno, Charaka -el padre de la medicina india- y el astrónomo matemático indio Aryabhata. Los hallazgos se trasladaron posteriormente a Europa, donde se tradujeron del árabe al latín, y fueron esenciales para el Renacimiento.
La ciencia médica progresó de forma extraordinaria durante la civilización islámica y constituyó gran parte de la base de la asistencia sanitaria occidental actual. En el siglo XI, el médico e intelectual musulmán persa Ibn Sina, o Avicena, se hizo famoso por su «Canon de la Medicina», una enciclopedia que abarcaba todos los aspectos de la práctica médica. Su obra se utilizó como libro de texto médico estándar en las universidades europeas hasta el siglo XVIII.
Hoy en día, encontramos muchas palabras de la lengua árabe en las ciencias, tales como alquimia, alcohol, algoritmo y álgebra. De hecho, el hombre conocido como el padre del álgebra fue el matemático musulmán del siglo IX Al-Juarismi, de cuyo nombre deriva la palabra «algoritmo». Sin los algoritmos, que realizan cálculos, procesamiento de datos y razonamiento automatizado, no existirían hoy en día los ordenadores.